jueves, 18 de junio de 2015

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Cualquier manifestación artística poco tiene que ver con el resultado. En una sociedad en la que prima el intercambio de valores, corremos el peligro de identificar de manera inmediata el hecho artístico con una compensación económica o una repercusión en los medios audiovisuales. 
Lejos de eso, el artista debe vivir más preocupado por desarrollar su universo interno, trabajando en cada ensayo, poema o cuerpo como si fuera la primera vez. 
Estas palabras no eximen de responsabilidad al resto de la sociedad con respecto a los artistas. El arte es para todos, sí y aunque la propia naturaleza del poeta por ejemplo, sea mostrarse al mundo a través del incendio de las vocales, él como cualquier ser humano también necesita comer.
Damos valores póstumos al arte, inflamos la muerte de artistas que suenan en las redes sociales, justo cuando les llega el final. Mientras en la calle, en cada bar, teatro, organismo oficial, editorial o cadena devaluamos a la gran mayoría, en favor de la elite que el sistema quiere lanzar.

La revolución comienza en el acto de pensar, cuestionarse, ejercitar el pensamiento crítico como un músculo indispensable en el día a día de cada uno de nosotros.

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