Lo malo
de ir al gimnasio es que paso por una sucesión de bares antes de llegar a la
meta, con sus mesas alineadas y el brillo dorado de la cerveza apuntándome.
Debería esquivar este camino, ponerme las gafas de sol quizás, rezar lo que
estime oportuno. Pero soy un hombre falto de estímulos, mis dioses son más
antiguos, me los imagino bebiendo en cuernos de plata justo antes de afrontar
la siguiente batalla. Así que aquí me tenéis, paladeando un doble de cerveza,
media hora antes de que empiece la clase de spinning.
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